Con los cuidados y mantenimiento correctos, las joyas carecen de fecha de caducidad. De ahí que numerosos eslóganes del sector hablen de la atemporalidad y del carácter intergeneracional de estas creaciones en piedra y metal.
Para transferirla de padres a hijos, la Joyeria Vigo debe en primer lugar resistir las amenazas propias de los climas húmedos y lluviosos. Las humedades aceleran la oxidación de determinados metales, y por tanto se aconseja guardar estas piezas de orfebrería en un joyero estanco, en la estancia más cálida de la vivienda. El uso de geles y de bolsas absorbentes de humedad será bienvenido, a condición de que no estén en contacto directo con las piedras y metales preciosos.
Pero los propietarios de joyas de climas soleados tampoco deben bajar la guardia. La radiación solar es otro enemigo declarado de cualquier piedra natural (una amatista, por ejemplo), llegando a decolorarlas tras una exposición prolongada.
Además de los rayos UV, los meses de verano traen consigo otros peligros, como la exposición de las joyas al cloro de las piscinas y a la sal del agua de mar. Estas sustancias causan estragos en los metales preciosos.
Con independencia de la estación del año y del clima predominante, determinadas joyas deben conservarse en lugar cerrado, por su extrema fragilidad. Así sucede con metales blandos como el oro, susceptibles a perder la pulidez de su superficie por cualquier rayadura.
En este sentido, las joyas deben guardarse por separado. Mezclarlas en un mismo joyero, de forma que cadenas, anillos, perlas, etcétera, formen un maremágnum, puede ser romántico, pero también favorece los enredos, las pérdidas y los roces y rayaduras (el diamante, por ejemplo, puede dañar con facilidad otras piedras y metales).
Por otra parte, la ostentación de joyas es incompatible con las actividades deportivas, habida cuenta del efecto de la sudoración y de los ácidos cosméticos en la ‘salud’ de estos objetos de valor.