La comida precocinada se comercializó inicialmente en el mercado doméstico, de la mano de Swanson y Campbell’s. Con la mejora de las técnicas de conservación y la ampliación de la oferta disponible, los platos precocinados congelados se han introducido poco a poco en el sector hostelero. De ahí la demanda de distribuidor de anillas a la romana congeladas para hosteleria, así como de croquetas, lasañas, empanadillas, etcétera.
El uso de preparados congelados en hoteles, resorts y otros establecimientos está avalado por durabilidad del producto, capaz de resistir durante meses en óptimas condiciones. La fácil conservación reduce el despilfarro y la acumulación de residuos orgánicos, algo necesario en empresas que manipulan volúmenes elevados de alimentos.
Elegir este tipo de productos precocinados también tiene sentido en términos de seguridad alimentaria. Y es que la congelación del alimento neutraliza la acción de bacterias perjudiciales para la salud, siempre y cuando se respete la cadena de frío.
Generalmente, este proceso mantiene intactas las cualidades organolépticas del alimento en cuestión. Los nutrientes, vitaminas y minerales no pierden su intensidad durante la congelación o ultracongelación del preparado. La creencia opuesta es un mito.
Para las empresas hosteleras, el uso de productos precocinados presentan el atractivo extra de la agilidad: estos platos se descongelan y cocinan en cuestión de minutos. Este beneficio reduce los tiempos de espera y la carga de trabajo para el personal de cocina. Aceptando que el tiempo es dinero, los establecimientos que apuestan por estos productos, se ahorran en costes una cantidad significativa.
Otra creencia errónea sobre los platos precocinados, sean congelados o no, es su falta de variedad. Sin embargo, es fácil comprobar que los catálogos de productos relacionados destacan precisamente por su diversidad. Así, los clientes con problemas diabéticos o ajustados a una dieta light podrán optar por opciones a su medida.