El turismo enológico ha crecido en popularidad en las últimas décadas. Esta actividad vinculada al turismo gastronómico permite visitar pazos, viñedos y bodegas galicia rias baixas, El Bierzo, Aranda del Duero y otros destinos ligados a esta bebida milenaria.
Una razón de peso para invertir en estas experiencias turísticas es el apoyo económico que se brinda a los viticultores, vendimiadores, enólogos, bodegueros y otros profesionales cuyo sustento depende de la vitivinicultura. Gracias a este plus de ingresos adicionales, algunas de las bodegas más ilustres logran no sólo sobrevivir, sino también perfeccionar sus productos y seguir mejorando la calidad de sus caldos.
Para el consumidor, las actividades enoturísticas permiten acercarse a este sector de una forma especial. Los tours guiados, por ejemplo, invitan a explorar los viñedos, lagares, las bodegas y otras zonas destacadas de la explotación vinícola. Comprenden el origen y el embotellado del vino.
Estos itinerarios incluyen la cata de vinos selectos de la bodega en cuestión y, con frecuencia, una reserva en restaurantes locales y el alojamiento en entornos próximos a los viñedos.
Las actividades de turismo enológico también contribuyen a la preservación de los productos, edificios, festejos y oficios relacionados con la vitivinicultura, de indiscutible valor cultural, histórico y gastronómico en España. Desde 2013, la Unesco baraja la posibilidad de reconocer la cultura del vino como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, una prueba evidente de su influencia a escala internacional.
Para las comunidades locales, la inyección económica que supone el enoturismo aporta dos claros beneficios: garantiza el sostenimiento del empleo rural y favorece la retención de talentos en este medio, que de otra forma se verían obligados a migrar a Francia o Italia. La contribución del sector al PIB también es notable, pues se cuantifica en miles de millones de euros al año, aportes nada despreciables.