Curso de rescate en altura: formación esencial para profesionales del riesgo

El viento golpea la cara y los pies buscan el siguiente anclaje al enfrentarse a una pared vertical. Aquellos que se animan al desafío del curso rescate en altura en A Coruña saben bien que no se trata solo de un deporte sino de una responsabilidad que exige precisión, valor y un entrenamiento a prueba de vértigos. Imagínese colgado a varios metros del suelo, con la única compañía de su arnés y un grupo de compañeros que, entre broma y broma, repasan maniobras tan críticas como ajustar un nudo ocho con la destreza de un sastre o descender con la serenidad de un monje budista.

El temario de esta formación se despliega como un mapa de expedición: desde la mecánica de las cuerdas, que parecen pertenecer a un lenguaje secreto, hasta la evaluación de riesgos y la planificación de operaciones con aerogeneradores, barrancos y zonas urbanas. No se trata de un simple pasatiempo para los aficionados a la adrenalina; es un programa diseñado para profesionales que, en su día a día, podrían verse enfrentados a situaciones de emergencia verdaderamente críticas. Y aunque la idea de salvar vidas suene muy heroica, el curso en A Coruña logra acercar ese concepto a la práctica real, enseñando a identificar cada punto de anclaje, a prever la trayectoria de caída y a crear redundancias de seguridad que harían palidecer de envidia al mejor matemático.

Durante varias jornadas intensivas, los instructores despliegan una casuística fascinante: simulacros de rescate en estructuras industriales, maniobras para la evacuación de personas con movilidad reducida en alturas intimidantes y protocolos de comunicación en entornos donde el ruido del viento parece querer robar protagonismo. A veces se añade un toque cómico involuntario, cuando el sonido estruendoso de una turbina eólica exagera cada exhalación y complica el hecho de indicar “a la derecha” sin jugar al teléfono roto. Pero más allá de las anécdotas, cada ejercicio responde a estándares internacionales que garantizan no solo la formación de rescatadores competentes, sino su integración inmediata en equipos de intervención en emergencias reales.

Si alguien pregunta: “¿Para qué haber de lidiar con vértigo y arneses si puedo quedarme en tierra firme?” la respuesta surge casi de inmediato: porque en el rescate en altura no hay margen para el descuido. Cada operación requiere precisión quirúrgica en la colocación de anclajes, dominio de técnicas de izado y descenso, y la capacidad de improvisar soluciones cuando las condiciones meteorológicas se vuelven caprichosas. Y es ahí donde el curso brilla: se imparten módulos dedicados al análisis de escenarios adversos, al cálculo de cargas vivas y muertas, y a la ejecución de maniobras en espacios confinados dentro de torres o chimeneas industriales. Con un enfoque práctico elevado al máximo, cada sesión se convierte en un banco de pruebas que alimenta la confianza de los participantes, al tiempo que fortalece la coordinación de equipo, ese elemento vital para no convertirse en protagonista de un rescate fallido.

Los equipos usados durante las prácticas, desde bloqueadores auto descendientes hasta polipastos compactos, son de última generación. Se invita a los alumnos a familiarizarse con diferentes marcas y modelos para que sepan adaptar sus preferencias a cada tipo de intervención. La idea es romper la rutina de los manuales y forzar a la mente a tomar decisiones rápidas: elegir el sistema de frenado adecuado, calcular la longitud de cuerda necesaria o evaluar si un mosquetón trabaja mejor en posición axial o lateral. Todo esto amenizado con un poco de humor en las pausas: se oye comentar que un mosquetón mal colocado puede arruinarle el día incluso al mejor escalador, o que aprender a usar un come-alto es casi tan útil como descubrir que el café en las reuniones del curso sabe a gloria.

Los profesionales del riesgo que culminan este curso salen equipados con un certificado avalado por organismos nacionales e internacionales, pero, sobre todo, atesorando una nueva forma de ver las alturas. Dejan atrás el miedo paralizante y abrazan la cautela inteligente. Aprenden a reconocer el latido del viento, a escuchar los crujidos de la estructura y a valorar esa combinación de habilidad técnica y visión estratégica que define a un rescatador de élite. Además, establecen lazos con compañeros de diversas disciplinas: bomberos, técnicos de mantenimiento de plataformas eólicas, operarios de industria naval y, por supuesto, aficionados al barranquismo que hallan en este curso el complemento perfecto para sus aventuras de fin de semana.

A Coruña resulta un escenario privilegiado para esta formación, con sus acantilados atlánticos ofreciendo desafíos reales y su red de instalaciones que simulan entornos industriales. La costa gallega no solo propone paisajes impresionantes, sino vientos variables y climas cambiantes que sirven de banco de pruebas natural para las simulaciones. De este modo, cada participante regresa a su entorno laboral con la seguridad de haber enfrentado condiciones que muchos solo leen en manuales. Y aunque nadie sale pensando en convertirse en un superhéroe, sí se lleva la satisfacción de estar un paso más cerca de la excelencia en el rescate en altura y, posiblemente, de una buena anécdota para contar en la próxima reunión de equipo.