Cuando llegamos al barrio para vivir en un pequeño apartamento nos sorprendimos ante una conversación que mantenían unos vecinos sobre las calidades de los materiales de la urbanización. Para nosotros era un lujo haber logrado piso en aquella zona. Tuvimos que insistir durante semanas para lograr alquilar en esa urbanización ya que nos gustaba mucho tanto la ubicación, como los servicios comunes y el aspecto interior de los apartamentos.
Así que no le dimos mucha más importancia a aquella conversación: supusimos que eran las clásicas señoras que se entretienen criticando por criticar. Pero poco tiempo más tarde descubrimos que llevaban mucha razón. A las pocas semanas empezamos a tener problemas con las persianas que eran de PVC. Le preguntamos al vecino de puerta y puso una cara como diciendo: “Otros igual”.
Nos explicó brevemente que esta urbanización había sido construida justo en la época previa a que estallase la infausta burbuja inmobiliaria. Fue un momento de fiebre constructiva en el que algunos constructores y promotores no eran muy escrupulosos con los materiales que elegían para sus edificios. Se suponía que todo se iba a vender, así que poco importaba si las calidades de las persianas, por ejemplo, no se correspondían con el precio de la vivienda.
De todo esto la chica de la inmobiliaria no dijo ni mu. Lo primero que hicimos fue pedir al casero que nos pusiera unas persianas de aluminio porque aquellas de PVC se autodestruían, además de que su mecanismo de arrastre era un horror. El casero se hizo al principio el sueco pero ante nuestra amenaza de romper el contrato se relajó un poco.
Cuando cogimos un poco más de confianza con él, también admitió que la urbanización, en algunos aspectos, no respondió al precio de venta al público, bastante superior al que debía tener. Poco a poco, la promotora había ido cambiando algunas cosas, sobre todo en los lugares comunes, para atender las protestas vecinales. Pero en el interior del hogar, cada palo debía aguantar su vela. Así que además de las persianas de aluminio, tuvimos que cambiar más cosas. ¡Qué razón tenían las señoras criticonas!