Cuando coincidimos estudiando en el primer curso de cine ya saltaron chispas. Supongo que nos veíamos como dos rivales en la futura profesión. Las dos destacábamos por nuestra experiencia previa, pero teníamos muchos puntos de divergencia en nuestros gustos. Cuando un tiempo después tuvimos que colaborar en un proyecto creo que ambas nos dimos cuenta de que teníamos talento y que, si dejábamos el ego a un lado podríamos hacer buenas cosas juntas. Pero no es fácil dejar el ego a un lado.
Aquel proyecto terminó siendo un desastre y no volvimos a hablar… hasta que nos volvimos a encontrar en el Master en dirección de fotografía y camara Madrid. Cosas del destino. ¡Quién me iba a decir a mí que las dos íbamos a tener (otra vez) la misma idea! Aunque las dos sentíamos fuego por dentro por tener tanta mala suerte, nos saludamos con amabilidad: no era plan de ponerse a discutir el primer día.
El cine es una disciplina artística en la que se necesita tener mucha empatía y capacidad de trabajo en equipo. Aunque con la tecnología actual uno puede rodar un proyecto con un equipo pequeño, siempre necesitarás gente que colabore contigo. Y la vanidad no suele ser una buena compañera de viaje cuando se trata de hacer cine. Pero, sin embargo, por mi experiencia, es uno de los ámbitos profesionales en los que el ego está más presente.
Por suerte, una de las cosas que lleva consigo la madurez es aprender a dominar los impulsos. Cuando un tiempo después lo hablamos, ambas pasamos por lo mismo mientras asistíamos a aquel Máster en dirección de fotografía y cámara Madrid, sobre todo cuando, sorpresa, nos tocó volver a colaborar en otro proyecto.
Sin duda, ella fue la primera que mostró que ya no era la misma. Tenía que ser la cámara de mi proyecto y mostró total disposición. Sé que se comió su orgullo y yo respondí tratándola mucho mejor que en el pasado. Al final, el proyecto salió mejor que bien. Y desde entonces, somos pareja creativa siempre que podemos.