Cuando trabajas en un hotel de cinco estrellas, una de las primeras cosas que aprendes es que lo que sucede en el hotel, se queda en el hotel. Y aunque veas desfilar caras más o menos conocidas, toda la información a la que tengas acceso debe ser confidencial: esos famosos pagan mucho dinero, entre otras cosas, para que su estancia en el hotel sea lo más discreta posible, aunque ellos no lo sean…
No daré nombres: la protagonista de esta historia se mantendrá en el más estricto anonimato. Todo comenzó cuando tuve que subirle el desayuno a la cama. Cuando entré en la habitación, todo estaba oscuro, casi no se veía nada. Me abrió la puerta un tipo joven, negro, enorme y que solo vestía unos calzoncillos ajustados… Me indicó con frialdad que pusiera la bandeja en el centro de la suite.
Alguien desde la cama encendió entonces la lampara y pude sortear a tiempo los zapatos de tacón del suelo. Y justo antes de poner pies en polvorosa la señora de la cama me dijo que esperara, que tenía que hacerme unas preguntas sobre el desayuno. Y me puse a temblar. Se levantó poco a poco y la vi por primera vez: sí, no había duda, era “ella”, como me habían comentado algunos compañeros.
“Necesito saber leche desnatada informacion nutricional”, me cuestionó de forma un tanto rudimentaria. Yo no supe qué responder y entonces ella continuó: “no desayuno nada sin saber qué lleva”. Y abrió un ordenador portátil mostrándome lo que parecía un programa. Al parecer con él llevaba un registro de todo lo que comía, sus propiedades, calorías, etc.
La mujer se incorporó y se acercó la taza de café, la olió y dijo: “este no es jamaicano como pedí, huele a colombiano”. Debí poner cara de no tener ni idea de qué me estaba hablando. “O sea, que no me vas a decir leche desnatada informacion nutricional, darling”. Me encogí de hombros, ella cerró su portátil y dijo refiriéndose a su ¿secretario?: “Jamal, acompaña a este chico a la puerta y dale una propina”. Y salí de allí mirando aquel billete de 20 que, desde luego, no me había ganado.