Hay diferentes formas de viajar y todas ellas tienen sus pros y sus contras. Podemos viajar en grupos organizados por entornos poco frecuentados y sentirnos más seguros. Si, por el contrario, viajamos por libre por países poco turísticos nos veremos obligados a solucionar diversos contratiempos sin más ayuda que nuestra perspicacia. Pero ir por libre es la única manera de conocer de primera mano la cultura de los países que visitamos.
Y para empezar a conocer la cultura de los países a los que viajamos, lo primero es adentrarse en su gastronomía. Así lo hice yo cuando viajé durante dos semanas por Asia Central y en uno de mis primeros ‘contratiempos’ de transporte me vi atrapado en un poblado perdido en el que nadie hablaba inglés. Y así fue como terminé comiendo una carne dudosa que en principio no tuve claro de que animal procedía… Pero cuando el hambre aprieta, la vergüenza afloja.
No tenía del todo claro cuando iba a salir de allí y también era consciente de que era importante llevarse bien con esa gente si quería que me ayudaran. Así que comí aquello que me ofrecieron que luego descubrí que era carne de caballo. No la había probado nunca y no estuvo mal. No digo que fuera una delicia, pero era cuestión de acostumbrarse. Más adelante entendí la importancia de ese tipo de carne en la cultura de esos países de Asia Central, cuando me explicaron también que la carne de caballo valor nutricional era muy importante para su dieta.
Una vez que salí de aquel poblado y continué mi camino quise seguir indagando sobre la gastronomía de la zona y cuando por fin encontré alguien que hablaba bien inglés en un restaurante en una ciudad más grande me habló de la carne de caballo valor nutricional y que desde antiguo ese producto era clave en la gastronomía de los países del entorno.
De donde yo vengo, explicaba yo, la carne de caballo es una carne que se rechaza, pero no por su calidad, sino por una cuestión cultural. Pero ellos, sin embargo, comen poca carne de vaca, porque no tienen tantas vacas. Así de sencillo.